Lo que pudo ser y no fue, será.
La Copa Chenel llegará a Valdilecha, si el tiempo no lo impide, este viernes.
La localidad del este madrileño aunará, esta vez sí, tras la suspensión por las inclemencias meteorológica semanas atrás, los focos de la tauromaquia. Lo hará con un duelo ganadero que tendrá como protagonistas a los hierros de Javier Gallego (encaste Veragua) y Salvador Domecq ( encaste Juan Pedro Domecq, vía El Torero).
Pero por desgracia, no será para todos.
Y es que ante esta seria corrida tendrán la oportunidad de trenzar el paseíllo, finalmente, Alfonso de Lima (Perú), Alejandro Marcos (Salamanca) y Alejandro Mora (Cáceres), ya que, de forma desafortunada, el diestro toledano Álvaro Alarcón ha sufrido una fractura de clavícula que lo apartará de los ruedos por un tiempo, siendo sustituido por el extremeño.
A pesar de ello, rematan el cartel tres toreros que aseguran tomar el certamen con ilusión y ganas de disfrutar, pero siendo conscientes de la gran oportunidad que tienen entre manos y la responsabilidad que ello conlleva. Una tarde, para empezar a funcionar.
Así fue la tarde
Si la semana pasada en San Agustín del Guadalix dediqué los tres últimos toros a darle vueltas a como contaros lo bravo que fue "Farlorero", este viernes no he dejado ni un segundo de pensar en como contaros lo que hemos vivido en Valdilecha.
Por desgracia, la única explicación que he encontrado, es que no hay explicación. Ni los viajes de ida y vuelta tras la suspensión, ni la dureza del piso...no hay explicación.
Y es que en la cuarta clasificatoria de la Copa Chenel se han sucedido seis toros seis de nulas -incapaz, física o moralmente, para algo- opciones.
Si bien es cierto que su estampa era acorde a lo que acostumbra el certamen, el espectáculo que han brindado los de Javier Gallego y Salvador Domecq ha sido esperpéntico. Y a partir de ahí, nada.
La falta de fuerzas fue el denominador común de la tarde. Por los suelos cuando se les apretaba, a medio muletazo cuando se trataba de ligar... y así fue imposible.
Se salvaron el primero, de Javier Gallego, que sobrado de clase permitió a Alfonso de Lima mostrar un toreo clásico y puro, que no terminó de calar en el tendido, antes de errar con los aceros -un punto a cambiar radicalmente si es que quiere seguir en esto-; y el tercero, de Salvador Domecq, el más serio de la tarde y que además tuvo a bien moverse. Ante él Alejandro Mora estructuro una inteligente faena, dejando claro que la fuente de la que bebe lleva su sangre y derrochando una torería difícil de encontrar en el escalafón. De no ser por los aceros, habría arrancado una oreja. Alejandro Marcos, por su parte, no pudo dar un solo muletazo.
A todo este desastre, debemos sumarle la nefasta lidia que recibieron todos y cada uno de los toros, abusándose de ellos en el caballo y llegando por los suelos a unas banderillas que se convirtieron en un auténtico esperpento.
Como nota positiva, que resume lo sucedido, todo esto solo duró una hora y cincuenta minutos.
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