Los pitones, Juan, grábales los pitones

Juan hace tiempo que se interesa por la tauromaquia. A eso de los 16, su admiración por el festejo popular terminó por adentrarle en el festejo mayor, y ahora, con 26 y tras mucho molestarse en crecer como aficionado, anda un poco perdido.

Participa activamente en la fiesta, colabora con asociaciones, realiza alguna fotografía, escribe sobre lo que ve cada tarde de toros y le gusta seguir la actualidad taurina por Twitter, donde a menudo intercambia opinión con otros aficionados.

Desde hace un tiempo para acá, lee con atención las críticas de los muchos aficionados que con firmeza denuncian, día si, día también, el estado de los pitones de muchos de los toros que saltan al ruedo en todas y cada una de las plazas de nuestra geografía.

Esta queja no es siempre uniforme, pues cada cual tiene toreros y ganaderías sobre las cuales su religión no debe permitirles difamar. A las figuras se las pega, a la Fundación se la pega, a Juan Pedro se le pega y así sucesivamente hasta cruzar la línea de los gustos. Gustos que Juan advierte muy distanciados de otro sector que recrimina su posturaa los rancios que denuncian día y noche la condición de los pitones con que los toros saltan al ruedo cada tarde, en todas y cada una de las plazas de nuestra geografía.

Juan está un poco cansado del tema, pero sobre todo de que nadie le de una explicación. Es algo que le preocupa.

"Todos los toros se afeitan" le hace saber un aficionado.
"A mis toros no se les toca un pitón" comenta un ganadero.
"Los problemas internos no están a nuestro alcance", afirma la Fundación.

Y con todo esto en la cabeza Juan acude un fin de semana mas a disfrutar de la Copa Chenel.

El sábado se sorprende al ver como un toro sangra por los pitones, sobre lo que el tweetendido comenta que ha sucedido por tratar de camuflar que el toro venía de la finca con desgaste natural de pitones excesivo. Ni la Fundación ni el ganadero comentan nada al respecto.


El domingo, repite. Y en sexto lugar salta al ruedo un animal sobre el que su amigo no puede evitar comentarle "los pitones, Juan, hazle foto a los pitones". En este caso, al finalizar el festejo, la ganadera asegura que el desgaste sufrido en el transporte y desembarque de los toros ha sido tal, que ha dejado algún pitón romo. El tweettendido asegura no estar dispuesto a dejarse engañar y la polémica pasa a estar servida.


Al llegar a casa, Juan reflexiona.

El afeitado no sólo atenta contra el reglamento, sino que lo hace contra la integridad del animal y por tanto, contra el ritual en que un hombre decide jugarse la vida frente a un toro.

Acostumbrado a no recibir explicación alguna por parte de quienes toman protagonismo en la fiesta, y sabedor de que los toros se afeitan (realidad que ningún profesional aceptará de forma pública teniendo en cuenta sus posibles repercusiones), agradece que una ganadera salga a dar la cara por su ganadería, dejando claro que en su casa no se afeitan los toros. Y más aún, que lo haga refiriéndose a un caso en particular y en respuesta al aficionado.

No obstante, ni el silencio de unos, ni las explicaciones de otros, parecen ni siquiera el comienzo para que Juan termine por organizar sus ideas. El astillado o escobillado tampoco parece resultar una explicación lo suficientemente científica para dar algo por supuesto. Más dudas.

¿Cuándo es un toro astigordo?¿cuando se le ha sacado punta?¿cuando no está manipulado?

Solo un análisis de pitones, algo que parece impensable a día de hoy a excepción de algún municipio empecinado en guardar culto al toro, podría darnos certezas acerca del afeitado. Por ello, llega el momento en que Juan debe sacar conclusiones.

Y es que , qué más da, si lo que vemos es un toro sangrar por los pitones, un animal cuyas defensas están mermadas y cuya lucha, parte en desventaja. Afeitado o no, la tauromaquia se encontrará en peligro siempre y cuando sigan saliendo al ruedo animales en estas condiciones.


Ánimo Juan.

Y es que Juan, somos todos.

Comentarios

Entradas populares