Las Ventas -19/05/23- Toros de Jandilla y Vegahermosa para Sebastián Castella, José María Manzanares y Pablo Aguado
Así fue la tarde...
La crónica de hoy, con vuestro permiso, la escribo acordándome de Jose, compañero de andanada y abonado de Madrid desde hace ya veinte años. De Jose y de todos aquellos aficionados que, en este difícil momento que vive la Monumental Plaza de Toros de las Ventas, hoy, han vuelto a sonreír.
Y es que la novena de abono, al fin, parece habernos puesto a todos de acuerdo.
Nos hacéis falta en vuestra plaza; vosotros, sois Madrid.
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De desiguales hechuras pero impecable presentación, se han lidiado hoy en Las Ventas cinco toros de Jandilla y un sexto de Vegahermosa.
Dejándonos una primera parte que hacía presagiar lo peor, la condición que mejor describiría a "Histérico", "Lodazal" y "Secretario", fue la invalidez. Un pequeño sector hizo todo lo posible porque ninguno de los tres se mantuviese en el ruedo, pero aprovechando el silencio del resto de la plaza, Eutimio sucedió los pañuelos blancos en una nueva demostración de dejadez. No debe ser devolver un toro, porque sí, una obligación. Pero ya van nueve tardes, no se cuantos inválidos y el abonado a San Isidro, por el momento, no conoce el pañuelo verde. Acorde a esta condición, el petardo fue mayúsculo y la imagen de ver a los Jandillas por los suelos un hábito. Por suerte, era cosa de la invalidez. Y por suerte, a pesar de sus muchas muestras de incapacidad, al segundo de la tarde le dio por embestir. En su camino se cruzó con un José María Manzanares irreconocible, que ya no solo no es capaz de redondear una tanda, en el sitio, a un gran toro, sino que no deja rastro de aquellos pases de pecho eternos y estocadas enteras.
La cosa cambió cuando, en cuarto lugar, salió al ruedo "Rociero", un toro bravo que a la postre se encargaría de que no olvidemos su nombre con facilidad. En su camino se cruzó un viejo rockero, al que algunos ya daban por muerto. Pero una vez más, ahí estuvo Sebastián Castella. Y es que es ya recurrente escuchar aquello de "que suerte tiene el francés en los sorteos de Madrid", pero, y digo yo, que suerte han tenido el público y Rociero de que un torero se cruzase en el camino de un toro bravo. Sin permitir en el capote y dejando un cumplidor tercio de varas, fue el cuarto un toro más en los primeros tercios. En la muleta, sin embargo, y como hacen los bravos, rompió a embestir. Tuvo ese punto de casta que gusta en Madrid, y que complica los comienzos de faena. Trabajó al toro un inteligente Castella que, tras comenzar con unos magistrales estatuarios, vio como, a medida que se sucedía la faena, la tarde tomaba importancia. Lo entendió y cuajó por el derecho aprovechando sus prontas y enclasadas embestidas, pero el culmen llegó por el izquierdo, al ralentí. No fueron más de cuatro, quizá cinco, alguno de ellos a pies juntos, pero Madrid estalló porque estaba viendo torear. A partir de entonces, hay quien le recrimina que no siguiese esa línea, pero el viento arreciaba y en un nuevo alarde de inteligencia el francés cambió los tintes de la faena. Se lo pasó por detrás, lo desmayó por bajo y tras unas ajustadas manoletinas le dio muerte. Como si de su primera puerta grande se tratase, el matar o morir dejó una estocada en todo lo alto y en apenas unos segundos Madrid se teñía de blanco. Entera toda ella, de acuerdo, al fin. Dos orejas y un arrastre lento acompañado de una soberbia ovación. Así se despide un torero, así dice adiós un bravo.
Quinto y sexto nos devolvieron a la realidad. La de un Manzanares que no está y un Pablo Aguado que no solo no encontró opciones, sino que tuvo que lidiar con el vendaval que se levantaba junto a la noche madrileña. Quizá sea otro su día, pero por el momento, Sevilla no encuentra la suerte en los sorteos.
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